domingo, 12 de mayo de 2013

Quise ser "pituca" - Mujer sin rostro

Esta historia la encontré en la red (en un foro), alguien acababa de compartirla, me  gustó mucho y quise compartirla en Mi espacio inventado con quienes me leen. Según quien me la compartió, me dijo que la historia está basada en experiencias reales, las cuales reflejan una realidad por la que suelen pasar muchas personas, tanto hombres como mujeres, pero en este caso se trata de una mujer, una mujer que quiso ser "pituca" en la sociedad limeña.

Cuando no amo mis raíces

Mi historia es una mezcla de complejos, vergüenza por mi realidad y frustración debido a mi falso concepto e idealización de la alta sociedad. Mi padre es todo lo contrario a mí en este sentido. Para él no había nada más gratificante que ser reconocido por su trabajo de obrero y ser tratado amablemente por sus jefes. Para mí, sin embargo, el simple hecho de que mi papá sea un obrero era motivo de vergüenza frente a mis “amistades”.

Viví más de 10 años pretendiendo ser alguien que definitivamente no era para encajar en un grupo de gente a la que poco le importaba yo. Voy a empezar narrando la historia de mi padre brevemente para brindar un contexto que permita sobreentender de inmediato de qué se trata todo esto.

Mi papá, hijo de provincianos que vino a la gran ciudad sin un cobre en los bolsillos es un hombre humilde y trabajador. Mi mamá nunca pintó mucho en nuestras vidas así que apenas la mencionaré. Miguel, mi papá, trabajó muchísimos años en una fábrica en santa anita, por lo que nos mudamos ahí cuando yo apenas tenía 3 años. Bueno, mi casa estaba oficialmente en santa anita en el papel, pero justo en el límite de santa anita con la molina, lo cual me permitía mentir un poquito y decir con orgullo que vivía en la molina. Esto es solo una antesala de lo que contaré en este relato. 

Cuando yo tenía alrededor de 11 años, a mi papá le ofrecieron trabajar en la casa de una señora muy adinerada y judía, empresaria y pituca como ella sola. En el entorno laboral de mi padre ya se sabía que mi papá tenía muy buena reputación ya que era trabajador y muy cumplido, eso no se lo quitará nadie. Y entonces mi papá trabajaba en esta mansión en la molina, era algo así como el “empleado” (usualmente es empleada, pero hacía la misma labor). Es decir, limpiaba, arreglaba el jardín, lavaba, planchaba… era el sirviente y nunca se avergonzó de serlo. 

Resulta que esta señora tenía un matrimonio fracasado, lleno de infidelidades e insatisfacción. Y como mi papá pasaba gran parte del día en esta casa, no fue sorpresa que eventualmente la señora lo invitase a pasar a su cuarto. Mi papá es una persona muy honesta, cabe resaltar, pero también sabía de las cosas que hacía su marido a escondidas y que iban más allá de una infidelidad: se trataba de cosas inmorales que mi papá vio casualmente y que le parecieron muy incorrectas. Todo esto llevó a que la señora, aprovechando su soledad en la vacía mansión y encontrando a mi padre en su cuarto de hora hiciera de él su amante. 

La señora (de ahora en adelante la llamaré Silvia) era muy agradecida, tanto que mi padre ya no era sólo su amante sino también su compañero y engreído. Fue así como empezó mi calvario. La señora visitaba todos los fines de semana bares, clubes, discotecas, restaurantes, etc. A1, es decir, lugares a los que iba a mirarse con la gente nice de lima, donde el esnobismo y la pedantería abundan y donde el que menos había viajado a Europa y tenía contactos en Estados Unidos, además de la casa en Asia y el carro último modelo. Y entonces, Silvia, como parte de su agradecimiento hacia mi padre (quien además la consolaba con palabras dulces cuando ella caía en la depresión de tenerlo todo y sentirse tan vacía) lo invitaba a cenar, bailar, tomar, pasearse, etc. a estos lugares llenos de gente pituca. Por cierto, yo me enteré años más adelante que Silvia no era sólo su amiga, pero yo me las olía porque ya tenía 13 años cuando recibía estas invitaciones. 

Como yo era adolescente y a mi papá no le gustaba dejarme sola en casa, me llevaba a estos lugares y yo me asombraba de la cantidad de chicos y chicas que al hablar mezclaban el inglés con el español y que rajaban de ver a alguien mal vestido. Nunca faltaba el hippie zarrapastroso dentro de ese entorno, el que se rebelaba a vestirse bien y que jalaba la atención y el raje de los demás. Y todo esto, hasta el tipo racial y los zapatos huachafos o el pelo mal teñido de cualquiera era motivo de chisme y raje.


¿Encajar en la alta o baja sociedad?



“¡Te lo juro weona!”, “puta broder que huevón eres”, “aj, a esa serrana no me la levanto nicagando” eran solo algunas de las frases que más sonaban en estas reuniones de tacones caros y apellidos extranjeros.

No obstante, esta realidad era totalmente diferente a mi barrio humilde y mi ropa comprada en el mercado. ¿Y qué? Pensaba yo. ¿Y qué si mi ropa la compré en el mercado y no en el Jockey Plaza? En Gamarra producen ropa buenísima y le ponen etiquetas nice para mandarlas a los centros comerciales. Desde este punto no estoy muy lejos de ellos…

Aparentar algo que en realidad no 
somos

Fui aproximadamente un año a estos eventos que salían en las revistas, pero nunca hice amistades. Me sentía avergonzada de que me preguntasen de dónde venía, así que me limitaba a observar a estas personas y disfrutar de lo que me ofrecía Silvia, siempre al lado de mi papá.

Silvia no pudo emplear más tiempo a mi papá porque su esposo empezó a sospechar de alguna infidelidad, así que mi papá regresó a trabajar como obrero. En ese año mi papá me matriculó en el ICPNA, y ahí conocí a la persona que desencadenó mi historia. Francesca, una chica de descendencia italiana, con la piel muy blanca y los ojos verdes y que encajaba perfectamente en las reuniones a las que yo había asistido se convirtió en mi “amiga”. Apenas la empecé a conocer supe que ella podría llevarme como amiga a sus tantas reuniones en Asia y en Larcomar.

A pesar de desenvolverse en un entorno de alta sociedad, Francesca no era del todo bienvenida por su excesivo sobrepeso y su actitud poco atractiva. Era muy guapa, pero al estar descuidada se sentía rechazada dentro de su grupo. Y entonces entré yo en el panorama, la chica pilas, tonera y siempre con escote, dispuesta a pasarla bien en cada fiesta.

Mi primer apellido es hispano, pero si a mi segundo apellido le cambias una letra suena italiano. Me di cuenta de esto en una de mis tantas tardes en que perdía el tiempo tratando de analizar cómo encajar en mi nuevo entorno. Sí, suena bastante europeo, y podría usarlo como mi primer apellido… ¿Quién se enteraría? ¿Quién va a revisar mi documento de identidad?
Físicamente soy una chica bajita, morocha y bien perucha. De gringa no tengo nada. Así que con mis ahorros de adolescente fui a la peluquería a hacerme una iluminación “que parezca natural, por favor… porque soy demasiado acomplejada…”

Antes de conocer a Francesca nunca había probado alcohol, ni había tenido un enamorado. Pero mi nueva amiga necesitaba salir, divertirse, tomar, bailar… había sido una chica de su casa mucho tiempo, y yo también lo era. Así que… “Frances, este fin de semana ponte tu ropa más coqueta que nos vamos a Gótica”.

El día anterior de la juerga no pude dormir. Me voy a Gótica, a presentarme a mi nuevo entorno y sentirme parte de él… ¡mínimo me compraré un vestido, mínimo! 

Nunca le conté a mi papá lo que planeaba, ni a dónde me iba esa noche. No le gustó que salga vestida con tremendo escote y semejante minifalda. Él siempre me vio muy recatada, pero no insistió en el tema. Si supieras, papá, que mi apariencia no me favorece entre tanto “blanquito bonito”, pero luciendo mi cuerpo firme conseguiré miradas de quienes yo quiera…

Durante dos años fui a las discotecas más caras con mi amiga, a quien por cierto, nunca le comenté de donde venía realmente. Yo vivía en la molina, era descendiente de italianos, y había estudiado en el colegio Newton…
Un día en una fiesta conocí a una chica del Newton, de verdad. Según mi mentira, ella hubiese sido de la misma promoción que yo, lo cual era imposible porque no era un colegio tan grande y me dijo que nunca me había visto. Me puse nerviosa, tartamudeé, y finalmente dije que me había salido del colegio dos años antes. Era evidente que estaba mintiendo, felizmente estábamos las dos solas. Ella me miró un rato con cara de ¿estás segura mamita? Yo nunca te he visto… Pero supe llevar la conversación y al poco rato estábamos hablando de otros temas, como lo fea que era la enamorada de tal y lo churro que era el modelito tal, qué asco que se haya fijado en esa chola que usa jeans marca Milk, esos los venden en gamarra… Sí, qué asco….

Entre los chicos que conocía nunca faltaba el tranquilón, el pavo, el que no había tenido novia a causa de su timidez, pero que tenía una mansión y harto billete como para invitar a su chica a donde ella quisiera. Esos eran mi blanco.
Primero Eduardo, luego Manuel, luego Javier… todos chicos muy de su casa a los que engatusaba con mi rollo caritativo tratando de demostrar que soy una buena persona que desea ayudar a los más necesitados… sí, mal floro de miss universo.

Todos ellos se enamoraron de mi personaje. Y yo andaba de reunión en reunión, siempre tomando tragos caros que ellos me invitaban y bailando como loca en la pista de baile mientras “de casualidad” se me bajaba el escote. Ahí nunca faltaba alguien que me mirase, y ese era mi víctima hasta lograr establecer una relación de pareja superficial y tonta pero que me mantuviese en ese entorno. 
Recuerdo una vez que salí con una “amiga” mía que conocí por Francesca, y en el bar había un chico que no dejaba de mirarme. Ella me avisó que volteara a verlo, y cuando lo vi dije (con tono despectivo): ¿EL? Pfffff sí parece un jardinero.

¿Un jardinero? ¿Saben quién era un jardinero y empleado? Mi padre, y a mucha honra. Me avergonzaba de mis propias raíces, de mi pasado, del oficio de mi padre, de mi clase social. 

Pero no había quien me haga entender eso, hasta que uno de mis novios (el último que tuve antes de alejarme por completo de esa gente) me hizo el desplante más humillante. Estábamos en una fiesta y se había excedido con el trago. Después de decir varias idioteces que ya me dejaban en ridículo, como que a mí me gustaba que me silben en el paradero y por eso andaba semi desnuda, que yo rajaba de la ropa de gamarra cuando él nunca me vio puesta una prenda de marca que haya comprado con mi dinero y no con el suyo, lanzó una pregunta que toda la reunión escuchó:

Oye Priscila… ¿tú eres bien morenita, no? ¿Estás segura de que tienes familiares italianos? Yo más bien te veo bien peruanita… ¿Y del Newton, dices no? ¿Newton de Villa el Salvador no será?
La sala entera se rió a carcajadas. Traté de disimular haciéndome la tonta, pero era obvio que algo me atormentaba. Para terminar de humillarme, mi ex novio me dijo:

¿Por qué nunca me dejas acompañarte a tu casa? Siempre dices que el taxi seguro te puede llevar… ¿Me llevarías a tu casa? ¿No será que vives en un sitio horrible y te avergüenza?

¿Y qué podía refutar yo? Yo estuve pretendiendo todo ese tiempo. Era iluso pensar que nadie lo notaría. Mi disfraz y mi dignidad estaban perdidos. Me emborraché con ganas, me fui en un taxi con mi “amiga” y solo le dije que mi ex novio estaba demasiado borracho y por eso hablaba tonterías, que nada era cierto. Al día siguiente lloré, lo insulté y quise decirle que diga a todos los invitados que todo fue mentira, que no le hicieran caso, que había dicho tonterías por borracho, que yo no mentía. 

Me alejé de estas reuniones y nadie lo notó. Como si nunca hubiese sido parte del grupo, nadie me llamó ni me volvió a invitar. Seguramente estaban muy ocupados planeando sus viajes a Miami o comprando ropa para el súper evento de cada fin de semana. Lo cierto es que mi personaje no volvió a salir a la luz y yo aprendí a golpes que en la humildad se puede vivir mejor y que aparentar no sirve de absolutamente nada.

(Relato basado en la historia real de “Priscila”, una persona que conocí)

Autor: Priscila